jueves, 25 de abril de 2013

Cartas al director


                                                               William Adolphe Bouguerau


Estimado director de la revista Intelecto:

 Quería comentarle mi disconformidad respecto al artículo publicado la semana pasada donde criticaban a los ilusos con los calificativos de personas ociosas, mediocres, sin aspiraciones en la vida… y movidos por impulsos como ranas de hojalata cuando se les aprieta con el dedo.  

No entiendo en qué se han podido basar para declarar tales patrañas carentes de fundamento. Me gustaría saber qué muestra de población han escogido para realizar el sondeo y hallar tan infame resultado.  A usted, máximo responsable de esta revista que, por cierto…, jamás volveré a leer mientras esté bajo su dirección. A usted, que me concede como a cada lector el derecho a expresarme con libertad entre estas líneas, quisiera decirle que están muy equivocados y le expongo a continuación mi argumento: 

Era miércoles, un día laborable cualquiera, acababa de salir de la biblioteca y me dirigía a casa mientras pensaba en la cena. Una lata de calamares en su tinta, un trozo de queso curado, un plátano y tal vez... 

―Perdone señorita― alguien interrumpió mi menú. Era un anciano muy bajito, con el cabello plateado, ojos pequeñitos, de mirada bondadosa y sonrisa cándida. Vestía un traje gris marengo que, a pesar de estar raído en los puños y el cuello desgastado, no le restaba elegancia.― ¿Le importaría hacerme un favor si es tan amable? 

 Cedí sin saber el propósito de antemano sucumbida por su ternura. 

―Pues claro que sí. Dígame― El hombre abrió los ojos como un niño al que le acaban de anunciar que le llevarían al circo. Posó una mano sobre mi brazo para apoyarse, alzó una pierna y me mostró el pie.

― ¿Podría anudarme los cordones de los zapatos? Estoy tan torpe que temo caerme en el intento.― Aquello impresionó mi tranquilo espíritu, fue indescriptible lo que sentí: Lástima, cariño, miedo al paso de los años,  a no tener a nadie a tu lado, a envejecer sólo, a sentirse abandonado aun teniendo familia, miedo a no tener ni siquiera quien te ate los zapatos. 

Me agaché, le hice el lazo y observé mientras me erguía cómo secaba unas lágrimas con la manga. No quise preguntarle.  

―Gracias joven. Ahora ya me siento más seguro. Ya puedo andar más rápido sin temor a tropezar.―Me estrechó su trémula y arrugada mano y cuando pensé que iba a despedirse me agarró aún más fuerte como si tuviera miedo a perderse entre la multitud de los viandantes.―Necesito otro favor si no le importa, es poca cosa, pero no tengo a quién recurrir.―Le asentí sin palabras, la emoción había obturado el habla. Jamás me arrepentiré de haber cumplido su petición. 

Y allí me encontraba; asomada desde el otro lado de una vieja ventana de la cocina de un lujoso restaurante, de esos que ponen el precio en la entrada y que te invitan a seguir tu camino en busca de algo más ajustado al bolsillo.  

Fuera un callejón estrecho, maloliente por la basura acumulada sobre un suelo empedrado y mojado por el relente que, favorecido por el sepia de las farolas, ambientaba un extraño romanticismo becqueriano.  

Dentro, una pequeña habitación con fogones, alicatada de blanco inmaculado, un suelo de lozas hidráulicas, una lámpara de barro cocido  y una pequeña mesa ocupada por dos personas; ella y él. Allí estaban. Hacía más de cincuenta años que se conocían y aún suspiraba el uno por el otro. Vivían separados en residencias distintas. Hacía unos meses que le habían diagnosticado principio de Alzhéimer y temía no recordar la vuelta a casa cuando saliera del encuentro. Motivo por el cual me encontraba yo allí.  

Por eso le digo que las ilusiones son importantes, querido director de la revista Intelecto. Si este anciano no hubiera mantenido la ilusión de ir a verla y declararle su amor antes de que la naturaleza se lo impidiese de manera fortuita, con seguridad tres personas hubiéramos sido menos felices.  



Firmado: La lectora ilusionada

6 comentarios:

Francisco González Oslé dijo...

Muy bueno... Magnífico... Bravooo...

Esperanza Clímaco dijo...

¡Viva la ilusión...! ¡Gracias, Paco!

Anónimo dijo...

Me encanta esta historia, sin palabras que es lo dificil, dejar al lector sin palabras!!!!
A por mas silencios!!!!!

Esperanza Clímaco dijo...

¡Gracias, amiga o amigo anónimo!

Los ánimos hacen que una siga escribiendo...

Un saludo.

Anónimo dijo...

Precioso. Qué bien escribes!
Muchos besos, María.

Esperanza Clímaco dijo...

Gracias, María.
Un besito.