William Adolphe Bouguerau
Estimado director de la revista Intelecto:
Quería comentarle mi disconformidad
respecto al artículo publicado la semana pasada donde criticaban a los ilusos con los calificativos de personas
ociosas, mediocres, sin aspiraciones en la vida… y movidos por impulsos como
ranas de hojalata cuando se les aprieta con el dedo.
No entiendo en qué se han podido basar para
declarar tales patrañas carentes de fundamento. Me gustaría saber qué muestra
de población han escogido para realizar el sondeo y hallar tan infame
resultado. A usted, máximo responsable de esta revista que, por cierto…,
jamás volveré a leer mientras esté bajo su dirección. A usted, que me concede
como a cada lector el derecho a expresarme con libertad entre
estas líneas, quisiera decirle que están muy equivocados y le expongo a
continuación mi argumento:
Era miércoles, un día laborable cualquiera,
acababa de salir de la biblioteca y me dirigía a casa mientras pensaba en
la cena. Una lata de calamares en su tinta, un trozo de queso curado, un
plátano y tal vez...
―Perdone señorita― alguien interrumpió mi
menú. Era un anciano muy bajito, con el cabello plateado, ojos pequeñitos, de
mirada bondadosa y sonrisa cándida. Vestía un traje gris marengo que, a pesar
de estar raído en los puños y el cuello desgastado, no le restaba elegancia.― ¿Le
importaría hacerme un favor si es tan amable?
Cedí
sin saber el propósito de antemano sucumbida por su ternura.
―Pues claro que sí. Dígame― El
hombre abrió los ojos como un niño al que le acaban de anunciar que le
llevarían al circo. Posó una mano sobre mi brazo para apoyarse, alzó una pierna
y me mostró el pie.
― ¿Podría anudarme los cordones de los
zapatos? Estoy tan torpe que temo caerme en el intento.― Aquello impresionó mi
tranquilo espíritu, fue indescriptible lo que sentí: Lástima, cariño, miedo al
paso de los años, a no tener a nadie a tu lado, a envejecer sólo, a
sentirse abandonado aun teniendo familia, miedo a no tener ni siquiera quien te
ate los zapatos.
Me agaché, le hice el lazo y observé
mientras me erguía cómo secaba unas lágrimas con la manga. No
quise preguntarle.
―Gracias joven. Ahora ya me siento más
seguro. Ya puedo andar más rápido sin temor a tropezar.―Me estrechó su trémula
y arrugada mano y cuando pensé que iba a despedirse me agarró aún más fuerte
como si
tuviera miedo a perderse
entre la multitud de los viandantes.―Necesito otro favor si no le importa, es
poca cosa, pero no tengo a quién recurrir.―Le asentí sin palabras, la emoción
había obturado el habla. Jamás me arrepentiré de haber cumplido su petición.
Y allí me encontraba; asomada desde el otro
lado de una vieja ventana de la cocina de un lujoso restaurante, de esos que
ponen el precio en la entrada y que te invitan a seguir tu camino en busca de
algo más ajustado al bolsillo.
Fuera un callejón estrecho, maloliente por
la basura acumulada sobre un suelo empedrado y mojado por el relente que,
favorecido por el sepia de las farolas, ambientaba un extraño romanticismo becqueriano.
Dentro, una pequeña habitación con fogones,
alicatada de blanco inmaculado, un suelo de lozas hidráulicas, una lámpara de
barro cocido y
una pequeña mesa ocupada por dos personas; ella y él. Allí estaban. Hacía más
de cincuenta años que se conocían y aún suspiraba el uno por el otro. Vivían
separados en residencias distintas. Hacía unos meses que le habían
diagnosticado principio de Alzhéimer y
temía no recordar la vuelta a casa cuando saliera del encuentro. Motivo por el
cual me encontraba yo allí.
Por eso le digo que las ilusiones
son importantes, querido director de la revista Intelecto.
Si este anciano no hubiera mantenido la ilusión de ir a verla y declararle su
amor antes de que la naturaleza se lo impidiese de
manera fortuita, con seguridad tres
personas hubiéramos sido menos felices.
Firmado: La lectora ilusionada
6 comentarios:
Muy bueno... Magnífico... Bravooo...
¡Viva la ilusión...! ¡Gracias, Paco!
Me encanta esta historia, sin palabras que es lo dificil, dejar al lector sin palabras!!!!
A por mas silencios!!!!!
¡Gracias, amiga o amigo anónimo!
Los ánimos hacen que una siga escribiendo...
Un saludo.
Precioso. Qué bien escribes!
Muchos besos, María.
Gracias, María.
Un besito.
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