sábado, 20 de abril de 2013

Los poetas pintores





     Quiso el Sol, por fortuna, ser el anfitrión e invitarles a gozar de un primaveral día de invierno en plena juventud. 
     Entre margaritas y jaramagos, dos poetas con caballete y paleta en mano, marcaban sus pasos como versos cabalgados por estrofas de verdes campos. Lejos, los arroyos buscando el río abriendo en canal la tierra. En la cercanía agradables sonidos: Allá los cantos de las tórtolas junto a los del zorzal. Un poco más cerca la perdiz en celo, y el ladrido del noble galgo que, olfateante, asoma la cabeza por encima de los surcos arados. A unos metros, la liebre, que interrumpe su quehacer, permaneciendo quieta mientras gira sus orejas con ojos ávidos de madriguera.  
     Adormecidos los dos por las caricias frescas en sus rostros del que mece las copas de los árboles, deciden saciar el hambre entre las ruinas de lo que en su día fue una hermosa y fructífera villa romana. 
     Frente a una antigua torre de vigía, vacía en su interior, sin piso, sin escalera, como cuerpo desmembrado, descansaron sus pies los caminantes, tomando por triclinio el ancho borde de la vieja alberca del manantial.
     El almíbar de la anisada fruta, con la que saciaron el hambre, consiguió endulzar más lo que ya era miel de cada uno. Y los dos, amantes de la naturaleza, amantes de lo diminuto y lo más grande, cada uno con sus pensamientos, se miran, sonríen, conversan, se bañan juntos en un mar de sabiduría.
   Mientras, la naturaleza continúa su faena. Abejas posándose sobre los estambres de las flores, hormigas que portean en comunidad sus provisiones de bastimentos y, detrás de ambos, sobre la ladera del monte que les cobija, hállese un pozo sediento de donde asoma la muerte en forma de centenaria higuera, ya seca, de ramaje negro y retorcido. 
     Comienza a descender el sol, tomando la hierba la luz correcta para plasmar el momento sobre el lienzo. Trazan pinceladas verdes que representarán el musgo, otras cobrizas que harán él óxido de la piedra, el amarillo del albero, el rojizo de las canteras, el blanco de la cal del pozo y el azul del cielo. 
    Desafortunadamente les llega la hora de deshacer el camino. Los poetas, muy alegres, bajan por los senderos mientras recuerdan canciones populares con paso apresurado a la vez que Selene enciende la luz del cielo. 
     Sigue el agua manando del pilar, a pesar de no haber quién beba de ella. Siguen los naranjos dando frutos, a pesar de que nadie se alimente de ellos. Sigue el cernícalo estático en el cielo aunque no vea presa. El campo, la fauna, siguen esperando la vuelta de los poetas. Pero hay más lugares que esperan, hay más bosques donde poder caminar al son de cantinelas. 
     La tierra de la Libertad espera.


Esperanza 

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